El vecino

La vida en comunidad en Europa, Estados Unidos y en parte de América Latina es más aburrida por una sencilla razón: el vecindario no es igual al de estos predios. Y es que no es lo mismo decir neighbor (Inglés) vizinho (portugués), prossimo (italiano), voisin (francés), nachbar (alemán), que decir VECINO. Muchos tienen problemas para adaptarse a sus adyacentes cercanos, no aceptan la máxima que dice que “el vecino es tu familiar más cercano”. El vecino dominicano es único en el mundo, digno de ser estudiado profundamente en prestigiosas academias, deberían dedicarle una enciclopedia o atlas ilustrado y también merece recibir el título de “El Mejor Vecino del Mundo”, por parte de la ONU. El vecino criollo podrá ser jablador, necio, bocón, atronao, mal educado, chismoso, a veces perruno, feo, bulloso, metiche, raro, encerrao, canero, impertinente, fiestero, lengua larga, entrometido, a veces mala gente, irrespetuoso, volao, pero es nuestro vecino y debemos quererlo. Todos esos epítetos, no significa que no exista el buen vecino, que de hecho es la mayoría. El vecino del patio podrá ser metiche, pero eso no es del todo malo. Mirando las series sobre investigación de crímenes en Discovery, Investigation Discovery y Biography, cuando asesinan a una persona en su casa, casi nunca alguien vio algo, y si vio es muy poco. Pero en estos contornos el vecino siempre se percata de algo importante, tanto, que podría decirles a los investigadores de qué color el sospechoso tenía el cielo de la boca, y cual Hercules Poirot, se le acerca a uno de los detectives y le dice: “El tipo tenía un pelo que le salía de la nariz”, aun lo haya visto a 50 metros de distancia. Los australianos, por ejemplo, podrán llevar una muy buena vida, con unos ingresos envidiables, grandes metrópolis y el desarrollo a flor de piel, pero a lo mejor sus habitantes no tienen una vecina que le pase un cafecito, o que a la diez de la mañana les pregunte cuáles números salieron anoche. Muy difícil que los habitantes de Sidney escuchen la tonada de un sabroso San Antonio mañanero, acompañando a un “¡ya se fue la jodía luz! El olor a guiso, por ejemplo de un revoltillo de huevo, ése de las siete de la noche que invade tu casa y que
te da deseos de, como Jack El Destripador, abrir un pan de agua por la panza y hacer un sandwich imaginario el que una vecina vocee: “¡Ajo, Justina, hiciste tus habichuelas con dulce y te las “ajutate” sola, na’ más me llegó el olor!”, son esas cosas las que dan sabor al barrio. Es cierto, hay vecinos necios, pero no hay felicidad completa. Vives al lado de uno que no te apaga el radio, rehuyéndole, te mudas a otro barrio y allí encuentras otro espécimen: un joven que tampoco apaga el radio, que para colmo se “enchucha” con aquellas sustancias y arma unos canes de apaga y vámonos. A un encerrado y adusto vecino londinense no lo despierta la voz de Anthony Santos un domingo en la mañana: “¡Me gusta esa vaina!”, para luego pasarse el día entero y hasta las 11 de la noche con esa guitarra dándole en la madre, sin pausa, pero seguro, para terminar con el vecino sobao por el romo consumido y diciendo “¡Qué viva El Jefe, carajo!” Ni hablar de la vecina chismosa (o del vecino). Esta a veces es criticada, pero todos la buscan para enterarse de los últimos acontecimientos del barrio. Si la vecina es una chismosa sana, que no inventa, que no ofende, se convierte en una especie de paparazzi del barrio, llenando un espacio social, porque chismosos somos todos. Finalmente, una de las vecinas más peligrosas es la buenona. Es aquella mami que se muda al lado o al frente de tu casa, y que se la coge con que tú le resuelvas los más mínimo problemas hogareños, y tu esposa “chequiando”, pues se ha dado cuenta el maquinón que ha venido a cogerle el marido prestado. Cada vez que tu media naranja escucha esa vocecita “dejá” caer que dice “¡Vecinoooooo!”, se le prende la sangre. Si te metes para lo hondo, espera la siguiente frase en cualquier momento: “¿Y por qué tú no te mudas para su casa?

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